
Juanita dejó este mundo mientras dormía, la madrugada del viernes 13 de enero de 2017, exactamente 107 años, 6 meses y 21 días después de su nacimiento.
Las enfermeras del home en Queens al que fue a residir sus últimos años encontraron su cuerpecillo gastado, vacío de alma, perdido entre las sábanas. Como una cerilla que cae a la nieve en el invierno neoyorquino, sencillamente se apagó. Sin ruido, sin drama y sin dolor.
Y – vaya si fue bendita Juanita – sin convalecencia.
Aquel amanecer, Juanita emprendió su aventura final. Una aventura que lo sería – ya se verá – en más de un sentido. En lo espiritual, desde luego. Pero también, como leerá el lector, en el sentido más terrenal posible.
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Juana Cabral Ramírez llegó a este mundo el miércoles 23 de junio de 1909, víspera de patronales en San Juan de la Maguana. Fue la segunda de una camada de siete vástagos, de los que llegaron a criarse cinco mujeres y un hombre. En el orden fraternal, Juanita estaba ubicada entre la hermana mayor – nada menos que la prodigiosa Atala, matriarca indiscutida de las generaciones que vendrían – y la abuela Graciosa.
Las cinco hermanas Cabral eran todas mujeres recias, mucho más fuertes que la época que les tocó vivir, lo cual ya es mucho decir. De entre ellas, Juanita era la más menuda y vivaracha.
La infancia y la primera juventud de Juanita transcurrieron en San Juan, sin incidentes mayores. O, por lo menos, sin eventos dignos de que la siempre caprichosa crónica familiar los recogiera y los convirtiera en leyenda.
Pero ya se sabe. Se puede morir sin drama y sin dolor, pero es imposible vivir una vida completa sin que esos dos inquilinos nos visiten – juntos o por separado – al menos por algunas temporadas. Y Juanita, bien que lo supo y bien que lo diría.
A principios de los años cuarenta, un oscuro incidente en una finca cercana al pueblo le arrebató a su esposo Jorgito y la convirtió en una viuda joven y sin hijos. Como es de esperar, la pérdida golpeó con fuerza a Juanita. De hecho, por lo bajo – como se dicen los episodios delicados de las historias tribales – los cronistas de la familia dan cuenta de que, luego del suceso, la Tía Juanita no la estaba pasando nada bien.
No sabemos exactamente qué se puede interpretar entre líneas a partir de una información tan vaga, pero lo que sea, de seguro que bueno no era. Suponemos que la situación de Juanita llevó al bisabuelo Alejandro a cobrar unos cuantos favores y a mandarla a Estados Unidos, con la idea de que tuviera la oportunidad de comenzar una vida nueva.
Y lo hizo a conciencia, Juanita. Se reinventó de una manera tan radical que hasta el nombre se cambió. A partir de ese momento, se convirtió en Jeanne. Revalidó el título de farmacéutica que había obtenido en Santo Domingo y, cuando vino a ver, ya tenía su farmacia propia en el Alto Manhattan.
Para los demás miembros del clan familiar que quedaron en la isla, Jeanne se convirtió en una figura casi mitológica, desdibujada por las brumas de la ausencia. Pasó a ser, simplemente, Yín, la tía misteriosa que vive en Lojetadojunido y que de vez en cuando manda una postal con un mensaje tan cariñoso como breve.
Las décadas fueron pasando y llevándose – una por una – a sus hermanas. Rabiosamente independiente – como lo eran todas y cada una de sus hermanas – durante esos años Yín vino poco al país.
En algún momento de los años sesenta, Yín se metió en amores con Tom, un gentleman bostoniano que, a fuerza de insistencia, se ganó el derecho de convertirse en su sweetheart. Como hacen los espíritus libres, Yín y Tom no se casarían, pero harían algo mucho más audaz: serían novios hasta la muerte.
Durante los años noventa, ya con ochenta y pico de años a cuestas, Yín comenzó a pasar temporadas en el país, especialmente en los meses de invierno. Venía y se hospedaba con alguna de sus sobrinas y, con su alegría contagiosa y su ánimo ligero, se convertía en el motivo para las juntaderas y para los paseos a la playa de los primos que podíamos ser sus nietos.
– Yín ‘tá aquí – se corría la voz entre los primos. – Hay que llevarla a la playa – decía cualquiera de nosotros. Y a la playa íbamos. Y Yín encantada, con sus gafas oscuras, su bikini y su cervecita; a disfrutar del can y de la brisa del mar. Y del sol, pues nunca jamás dejaba de broncearse para su sweetheart.
En esas estuvo Yín, por unos buenos años. Viniendo por temporadas y dejándose querer por sus sobrinos nietos y bisnietos. Mientras estuviera en el país, era el juguete favorito de todos. Y ella feliz.
Para la primavera del 2006, ya con 96 años cumplidos, Yín hizo su última visita a Santo Domingo. A partir de ahí, para verla habría que ir a su casa en Manhattan y – posteriormente, al acercarse al centenario – a la casa de retiro en Queens.
El que nunca dejó de hacer el viaje en tren de Boston a Nueva York para visitar a Yín, fue Tom, su novio por cinco décadas. Si alguien dudó alguna vez si Juanita tenía melao, ahí está la prueba.
Me dicen que, ya en los últimos tiempos, cuando las fuerzas y los sentidos no les daban para mucho más, Yín y Tom se sentaban uno junto al otro, en sus respectivas sillas de ruedas, a tomar el sol en la azotea de la residencia. En silencio.
También me dicen que apenas dos semanas después de que Yín partiera, Tom la siguió. Como la abeja al panal, diría Juan Luis.
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Yín dejó instrucciones precisas respecto de su descanso final: sus restos serían cremados y sus cenizas serían llevadas al panteón donde reposaban sus hermanas.
El destino, sin embargo, que sabe ser travieso, decidió que una vida tan larga y tan particular se merecía una despedida igual de larga y de singular.
Recojo aquí el periplo final de Juanita Cabral, movido y colorido como ha sido, pues abarca desde enero hasta noviembre de este año.
Luego de la cremación, las cenizas de Juanita fueron entregadas a la prima Vilma, quien también reside en la ciudad de los rascacielos. Donde Vilma, Juanita pasó un buen par de meses.
Pensaría uno que la urna con los restos de Juanita sería tratada con la formalidad y la solemnidad que reservamos las personas para los encuentros cercanos con lo funerario. Pero qué va. Pudo más el cariño y el recuerdo de su alegría.
En casa de Vilma, la urna se convirtió en el centro de todas las celebraciones. Siempre que surgía la ocasión, la prima se daba su petacazo a la salud de la tía y, algunas veces, hasta su copita le servía.
De la casa de Vilma, Juanita pasó donde Ivonne, hermana de Vilma, también en Nueva York. La prima Ivonne no quiso ser menos, y acogió a Juanita por otra temporada, con el mismo sentido festivo que lo hacía cuando no estaba embutida en una urna de acero inoxidable.
Fue allí, en la casa de Ivonne, donde una de las sobrinas bisnietas de Juanita – de visita en Nueva York – pasó a recogerla para que iniciara lo que sería un también largo regreso a su lugar de reposo final. Así, Juanita voló de Nueva York a Miami. En el trayecto, Juanita viajó en taxi y en subway, y pasó una noche de parranda neoyorquina con la joven sobrina.
En Miami, Juanita se instaló en la casa de Pily, su sobrina nieta favorita. En el tiempo que estuvo en la ciudad del sol, pariente que pasaba por la ciudad, pariente que peregrinaba a casa de Pily a darle su cariño a Juanita, sin que faltaran muchos selfies con la respectiva urna.
Finalmente, Juanita voló a Santo Domingo hará cosa de unas cuantas semanas. Como no podía ser de otra manera, fue la invitada de honor en la más reciente juntadera de primos.
En medio del jolgorio que sólo una treintena de primos pueden armar, ahí estaba Juanita en su urna.
Y a todo el que llegaba, cualquiera de los primos le decía: – Yín ‘tá aquí. Salúdala. – y señalaba con el mentón el reluciente recipiente. Y luego de un cortísimo momento de incredulidad y turbación, la alegría. Y las fotos. Y los brindis.
Como en sus mejores tiempos.
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Al momento de escribir estas líneas, Juanita aguarda pacientemente para ser llevada al panteón de sus hermanas, mausoleo que los primos preferimos llamar – con el máximo respeto y con el mínimo de solemnidad – el Condominio de las Cabral.
Sólo entonces, cuando sea depositada entre sus hermanas, habrá completado su viaje final. Y, con toda seguridad, descansará en paz. Pero no le podrán quitar lo bailado.
Postdata: Se ha dicho que el destino sabe ser pícaro. Esta revista sale al público el 24 de noviembre, exactamente el mismo día en que Juanita está siendo llevada a su morada de descanso final. Como si faltara otra nota curiosa, hay que señalar que el 24 de noviembre es el día de cumpleaños de Atala, hermana mayor de Juanita y la primera que ocupó el Condominio de las Cabral. ¿Coincidencia? ¡Quién sabe! ¿Motivo de fiesta? ¡Siempre!