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Tres con setenta y cinco

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La reunión terminó a eso de las nueve y media de la noche, pero ninguno de los quince veinteañeros que formaban el grupo se quería ir. Semanas de trabajo y de consultas habían culminado, aquella noche, en un comienzo. En una siembra.

Los jóvenes – la mayoría de Los Pepines, un par de Bella Vista y del Ensanche Espaillat – fueron saliendo del salón de la Sociedad de los Caballeros de La Altagracia, hacia las escaleras que daban al parque. La luna creciente iluminaba más que los faroles mortecinos de la calle. Todavía quedaban algunas personas buscando, sin éxito, el fresco de la prima noche en los bancos del parque.

Estuvieron unos minutos conversando, hasta que uno a uno – comenzando por los que vivían en los barrios más lejanos – se fueron yendo.

Uno de ellos llevaba consigo un puñado de monedas. Veinticinco centavos por cabeza, para un total de tres pesos con setenta y cinco centavos. Como capital, poca cosa. Pero como semilla, se vería, valía un mundo.

Aquel miércoles en la noche de principios de julio de 1952 – sin ruido, y de la manera más humilde posible – nacía la Cooperativa La Altagracia.

***

Quince jóvenes, un cura y una idea. Eso era, al comienzo, la Cooperativa. Nada más. Pero, también se vería, nada menos.

Porque nunca hay que subestimar el poder de un pequeño grupo de personas comprometidas con una causa. Ni el de un líder lúcido, carismático y con un sentido de misión. Y, mucho menos, hay que subestimar el poder de una idea.

***

¿Cómo se construye el desarrollo, en medio de la más espantosa tiranía? ¿Es posible salir del hoyo de la pobreza cuando al Estado sólo le interesas como objeto de opresión?

Ese era apenas uno de los retos que tenían aquellos jóvenes iniciadores de la Cooperativa La Altagracia. Porque retos tenían muchos, a cuál más grande.

Mantener el compromiso de aportar, por lo menos, un peso mensual no dejaba de ser, en las condiciones de entonces, un sacrificio. Luego estaba el desafío de atraer a más personas que, venciendo los fantasmas del egoísmo y el descreimiento, se sumaran al proyecto.

Y, luego, sí, estaban los calieses. No podía ser de otra manera. Cualquier cosa que oliera a asociación libre no podía escapar al férreo control del régimen.

Desde el inicio, las reuniones semanales – cada miércoles a las ocho de la noche, en el local de los Caballeros de La Altagracia – fueron celosamente vigiladas. Más aún, cuando fue evidente que la semilla comenzaba a germinar, cinco chivatos fueron infiltrados como miembros de la Cooperativa.

Con el más absoluto descaro, los soplones pagaron el aporte inicial de veinticinco centavos y jamás hicieron otra cosa que sentarse a comer boca en las reuniones. Ni aportaban nada más, ni ahorraban, ni se dejaban seducir por la fraternidad que se iba consolidando frente a ellos. Sólo escuchaban, atentos al mínimo gesto que pudiera, así fuera remotamente, interpretarse como una subversión.

Así, a pulso y sin permiso, fue armándose la Cooperativa. Grano a grano. Casi dolorosamente. Veinticinco cheles por cada miembro, cada semana. Un peso aquí, otro allí. A cuentagotas, venciendo carencias materiales y fabricando capacidades morales.

A los quince que comenzaron, se unieron muchos más. Pronto fueron cientos de personas. Luego miles, por toda la provincia de Santiago. Cayó Trujillo, y la Cooperativa siguió su camino. Se sucedieron los gobiernos y las crisis, y la Cooperativa siguió creciendo. Chin a chin. Como un árbol de buenas raíces. Sembrado para perdurar.

***

El padre John Harvey Steele tenía sólo 35 años cuando llegó a la República Dominicana en 1946, pero era todo un veterano. Curtido en las misiones de los padres Scarboros en China, y con experiencia en la formación de cooperativas en Canadá, vino con la encomienda de impulsar el cooperativismo en el país.

Nada más llegar, se cambió el nombre. A partir de entonces, fue conocido como Pablo Steele. Y, nada más llegar, comenzó a sembrar el país de cooperativas, comenzando por Monte Plata y Sabana Grande de Boyá. A partir de 1948, le tocó el turno al Cibao.

Llegó a Santiago invitado por los Misioneros del Sagrado Corazón, canadienses como él. Pronto el entusiasmo de Pablo contagió a muchas personas, especialmente jóvenes, en las parroquias que sus anfitriones atendían en la región, incluyendo la de Los Pepines.

Aquel miércoles de julio del ’52, en la reunión que dio inicio formal a la Cooperativa La Altagracia – y en innumerables noches de miércoles que siguieron – Pablo Steele estuvo presente, asesorando y animando a los cooperativistas.

Pablo recorría incansablemente pueblos y campos, convencido de que las cooperativas podían sacar a millares de dominicanos de la pobreza material. Fue él, sin dudas, el artífice del florecimiento del cooperativismo que se produjo en todo el país en esos años.

Gentil con los gentiles, Pablo comía y bebía lo mismo que todos, sin dudar en darse su petacazo de ron si la ocasión lo ameritaba. Y sin dejar de decir lo que pensaba, que bien puestos que tenía el cerebro y la lengua.

Las cooperativas son células vivas donde se forman dirigentes, decía. Y los calieses tomando nota. Las cooperativas son eficaces para defender a los pueblos de las dominaciones tiránicas, proclamaba. Y los calieses reportando a sus superiores.

Y, bueno, al cabo de unos años sucedió lo inevitable. En 1959, el gobierno de Trujillo – ya de por sí receloso de cualquier reunión que no se hiciera en su nombre – le negó la entrada a Pablo en uno de sus regresos al país.

Se inició, entonces, una de las épocas más difíciles del movimiento cooperativista dominicano. Huérfanas del liderazgo de Pablo Steele, y con el acoso creciente del régimen, las cooperativas fueron puestas a prueba. Todas sufrieron. Muchas sucumbieron. Otras, las de raíces más fuertes, pervivieron.

***

Cooperativa es auto-gobierno. En la sencillez del concepto radica su potencia. Un grupo de personas que decide, libremente, atender necesidades individuales de manera colectiva.

Si eso no es una idea poderosa, que baje Dios y lo vea.

Para muestra, un enorme botón.

Desde aquella noche de julio en Los Pepines, es mucha el agua que ha pasado bajo los puentes. Los quince miembros originales se convirtieron en más de 130,000, desparramados en toda la provincia de Santiago. Y los tres pesos con setenta y cinco centavos se convirtieron en más de tres mil millones de pesos. Asombroso.

Pero lo más importante no es eso. Más allá de los números, la Cooperativa La Altagracia es hoy una institución modelo para el amplio sector cooperativista del país, que mientras más crece, más generosa es. Contra todos los avatares, la semilla plantada por los quince jóvenes se transformó en una organización hermosa, fuerte y frondosa

sostenida por las raíces profundas de la solidaridad y del amor al prójimo. Tal como fue soñada.

 

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