Inicio Tiempo Fuera El círculo de la vida

El círculo de la vida

0
0

La memoria y los sueños se parecen mucho. Es más, si nos ponemos a ver, podría decirse incluso que son casi lo mismo. Ambos funcionan como los proyectores de cine de antes, plasmando sobre un telón blanquecino imágenes temblorosas, unas veces a blanco y negro y otras a color

unas mudas otras con banda sonora.

De ambos – vaya usted a saber con qué criterio – seleccionamos una pequeña parte y desechamos el resto. Y con lo que queda, que son episodios en retazos, chispazos de información y emociones, construimos una historia.

O, según el caso, hasta toda una vida.

***

El primer destello de esta historia comienza una mañana cualquiera de un día cualquiera, en la terraza de la primera casa que habité, en la calle Del Sol entre Cuba y Sánchez. Estoy tirado en el piso, jugando con soldaditos de plástico, pues ni siquiera tengo edad para ir al kindergarten de la Escuela Anexa.

Desde la terraza escucho que la puerta de la galería se abre y que entra mi papá, hecho unas pascuas. – ¡Mery, ven a ver! – llama con entusiasmo a mi mamá. No recibe respuesta, pues ella no está en la casa. Tampoco están mis hermanos mayores, pues ellos sí tienen edad para asistir a la escuela

uno a la Anexa y otro al Iberia.

Yo dejo el juego y me paro en la puerta hacia el comedor. Mi papá me ve, me sonríe y va a mi encuentro. Como si yo fuera una pluma, me alza en sus brazos. – Ven a ver, mi hijo, lo que compró tu papá – me dice. Y me saca a la galería.

Lleno de orgullo, me señala un carro estacionado en la calle, resplandeciente bajo el sol. – Mira, tu papá acaba de comprar ese carro nuevecito: un Toyota Mark II modelo 71, automático, color oro metálico – anuncia, con ceremonia.

Cegado por el resplandor, pregunto. – ¿Cuál, Papi? –. Con paciencia, mi papá me indica. – ¿Verdad que está chulo? – me pregunta. – Sí, Papi – respondo.

A pesar de mi inocencia – o quizás debido a ella – intuyo que aquel es un momento importante para él.

Cuando proyecto la escena en el cine de mi memoria, puedo hasta sentir el sabor del logro que emana de ella. Y me queda claro que para mí, en ese instante que fue un ahora, mi papá es un superhéroe. Capaz de todo. Y yo, desde luego, soy su pichón. Un cachorro de superhéroe.

***

El segundo destello es sencillo, pero igual de vívido.

En él, soy un carajito flaco de once años, parado sobre el asfalto de un pedazo de calle en las afueras de Santiago. Tengo un guante de béisbol en la mano izquierda. Mi papá, a unos treinta pasos de distancia, tiene otro. Estamos aparando, lo cual consiste en que mi papá me tira flais y líneas, para que yo aprenda a fildear.

Me corrige cuando fallo alguna pelota, me elogia cuando las atrapo, aunque sea de chepa.

Nada más.

La pelota está húmeda. El guante huele a una mezcla de cuero y sudor. Y la tarde agoniza.

Y ninguno de los dos quiere que acabe este rato.

***

El tercer destello es complicado.

La adolescencia avanza, y la flecha se aleja cada vez más del arco.

Más que imágenes, lo que hay es confusión. Sé poco, pero estoy convencido de que sé mucho. Por alguna razón que no logro explicar, mi vida se torna urgente. El pichón de superhéroe ya creció y quiere – necesita – salir al mundo, a matar dragones y conquistar dulcineas.

En mi arrogancia, empiezo a mirar a mi papá de manera diferente. Es verdad que lo sigo mirando con ojos de bondad, pero de repente me parece anticuado, casi obsoleto. Él no entiende el futuro, me digo. No, señor. El futuro es mío. Y el futuro es ahora.

***

En el siguiente destello, no está mi papá.

Estoy en otra ciudad y a mi alrededor hay otras personas. Unas entran en la escena, otras salen. En la pantalla, la imagen se parece a un paisaje visto desde la ventana de un vehículo que viaja a velocidad de vértigo.

Soy joven y adulto, aunque no siempre al mismo tiempo. Es mi turno de comerme el mundo. No lo digo en voz alta, pero me creo inmortal.

En algún momento, la película se desacelera. Formo familia. Y, cuando vengo a ver, tengo a mi primera hija en mis brazos. Y luego a mi segundo hijo. Y después a mi tercera.

Y mi relación con el mundo vuelve a cambiar. La flecha se convierte en arco.

La misión de echar adelante a estos tres muchachitos se convierte, para este aprendiz de supermán, en lo más importante del universo. Y frente a esta misión, todo parece posible, pero nada resulta fácil.

Miro hacia atrás y empiezo a comprender algunas cosas. Pero solo algunas.

***

El siguiente destello es nítido y en technicolor, como un cuadro hiperrealista. El ritmo de la acción es más reposado, más acompasado. Como siempre, me veo a mí mismo en la proyección, aunque noto que la pátina de superhéroe ya no está. Es evidente que la versión de mí mismo que sale en este capítulo de mi memoria ha pasado por el yunque de la vida, donde – a fuerza de golpes – me han forjado y vuelto a forjar.

El resultado es un mí mismo más humano, conocedor de mis debilidades y de mis errores y más propenso a no tomarme demasiado en serio.

En la trama, reaparece mi papá, con un papel nada secundario. Es el mismo de siempre, con sus luces y sus sombras. Pero esta vez recupera su rol de leyenda viva, un sabio en ropa de calle que, sin hablar, enseña

y sin decir, aconseja.

Resulta que no es tan fácil esto de la paternidad responsable, y – en este viaje de regreso ya lo tengo más que asumido – en ese tema el experto es él.

***

Otro destello. En este, estoy en un prado verde, lanzando pelotas de béisbol contra un cielo azul, para que un carajito flaco de once años las atrape. Me toca a mí, ahora, enseñarle a mi hijo a fildear.

Mientras lo hago, no puedo evitar recordar a mi papá, haciendo lo mismo conmigo, treinta y pico de años atrás. Es un ciclo, la vida. Interminable, y – hasta cierto punto – repetitivo y previsible.

Por eso sé – y puedo sentirlo – que mi muchacho todavía camina detrás de mis pasos, con la absoluta confianza de quien persigue a un guía infalible. Y también sé que pronto le llegará el momento de distanciarse de mí, de hacerme a un lado, así sea a codazos, para construir sus propias películas de sueños y recuerdos.

Me tocará entonces – con el alma en vilo, como de seguro la tuvo mi papá en su momento – confiar en que el ciclo sí funciona y en que estaré, eventualmente, de vuelta en los cortometrajes de su memoria.

Ojalá, me digo, que me recuerde, y que me recuerde bien. Y si a desear vamos, que más quisiera yo que recuerde a su papá tanto y tan bien como recuerdo yo al mío.

Cargue Artículos Más Relacionados
  • Nuestras zonas erróneas

    Los que peinamos canas, seguro que lo recordamos. Aquel libro amarillo pollito, Tus zonas …
  • Nuestra guerra

    Si puedes forzar tu corazón, tus nervios y tendones a que sigan sirviéndote aun después de…
  • Náufragos

    “I had power over nothing.” “No tenía poder sobre nada” Chuck Noland, interpretado por Tom…
Cargue Más Por Paulo Herrera Maluf
  • Nuestras zonas erróneas

    Los que peinamos canas, seguro que lo recordamos. Aquel libro amarillo pollito, Tus zonas …
  • Nuestra guerra

    Si puedes forzar tu corazón, tus nervios y tendones a que sigan sirviéndote aun después de…
  • Náufragos

    “I had power over nothing.” “No tenía poder sobre nada” Chuck Noland, interpretado por Tom…
Cargue Más En Tiempo Fuera

Deja un comentario

También Leer

¨Rescatar y preservar el centro histórico de Santiago debe ser una labor en conjunto¨

José Octavio Reinoso, presidente de ASECENSA, motivó a involucrar los comercios de la zona…