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El amor de Semana Santa

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A los veinte años me enamoré perdidamente de una muchacha residente en los Estados Unidos. Luisa es su nombre y había nacido en San Cristobal. En esos tiempos la internet no era opción para mantener unidos los corazones. Lo de Luisa y lo mío inició en Semana Santa, camino a la procesión y entre zumos de habichuelas con dulce.

Luego del domingo de Resurrección empacó las maletas y regresó a USA, un país grande que en mi juventud sentía un implacable gigante que copaba el mapa mundial. Las cartas que llegaban al antiguo correo me mantenían unido a ella, a su fragancia, a sus manos delgadas, a su risa alta, a la cintura que siempre aspiraba rodear.

Por cinco años consecutivos Luisa iluminó la Semana Santa con su sonrisa, la caminaba en tenis blanco, la recorría con su inteligencia, con su voz linda, con el desenfado de las muchachas que viajaban. En mi familia la trataban bien pero me sentían demasiado vulnerable ante ese amor del cual solo sabía una vez al año.

Con el tiempo las cartas disminuyeron y Luisa dividió los días de Semana Santa entre San Cristobal y el campo de La Vega donde yo residía. Acortó el maravilloso espacio que disponía para verla, para vernos, para estar juntos.

Al quinto año interrumpió sus visitas. Razones de estudio, alegó. Creyendo en la fuerza del amor que ambos sentíamos, le comenté mi deseo de apurarme para viajar a los Estados Unidos y hacer vida en común. Estuvo de acuerdo y nos pasamos 365 días imaginándonos juntos, luchando juntos en el gran país prestado donde ella vivía desde niña.

En el séptimo aniversario de nuestra relación Luisa cambió de parecer. Me dijo que mi presente y probablemente mi futuro sería mejor en La Vega. Esa vez no sonrió. Sonaba convencida de su verdad, muy precisa en su decisión. De un plumazo ella decidió sobre mi destino. En ese momento no sentí nada en los pies. Me derrumbé. Lloré largamente durante noches. No pensé que un ser humano podía llorar tanto. Luisa me ayudó a confirmarlo.

El amor de Semana Santa había concluido. Me dejó maltrecho y callado un buen tiempo. Asistía a las procesiones imaginándola en todas partes. Hoy me separan sesenta años del gran amor que sentí por Luisa. Y tengo mucha curiosidad por saber el destino de esa mujer  tan especial que me sacudió la vida. Este marzo previo a Semana Santa su espíritu regresó a mi memoria. Dios la guarde donde quiera que esté.

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